Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

lunes, 29 de abril de 2013

Un poema de Francisco de Quevedo


FELICIDAD BARATA Y ARTIFICIOSA DEL POBRE

SONETO

Con testa gacha toda charla escucho; 
dejo la chanza y sigo mi provecho; 
para vivir, escóndome y acecho, 
y visto de paloma lo avechucho. 

Para tener, doy poco y pido mucho; 
si tengo pleito, arrímome al cohecho; 
ni sorbo angosto ni me calzo estrecho; 
y cátame que soy hombre machucho. 

Niego el antaño, píntome el mostacho; 
pago a Silvia el pecado, no el capricho; 
prometo y niego: y cátame muchacho. 

Vivo pajizo, no visito nicho; 
en lo que ahorro está mi buen despacho: 
y cátame dichoso, hecho y dicho. 

- . - . -

Francisco de Quevedo: Poesía original completa. Edición, introducción y notas de José Manuel Blecua, catedrático de la Universidad de Barcelona. Planeta. Barcelona (España), 1996. Pp. 524-525. 

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