Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

martes, 30 de julio de 2013

Un poema de Baldomero Fernández Moreno

Baldomero Fernández Moreno


ROMANCE DEL RELOJ DE PIEDRA

Orillas del Uruguay 
una piedra encontré hoy 
aplastada, redondita, 
y de encendido color: 
pequeña obra maestra 
de agua, de viento y de sol. 
Y decidí recogerla 
y usarla como reloj.
El mismo peso me hace 
que la máquina mejor, 
la compañía es idéntica 
y guarda el mismo calor. 
Lo miro de vez en cuando, 
y es tan grande la ilusión, 
que veo unas manecillas 
y los signos de rigor. 
Al que pregunta la hora 
se la invento y se la doy. 
Me equivoco por minutos, 
que no es equivocación, 
que el tiempo no está en esferas 
sino a nuestro alrededor: 
en la orla de una nube, 
en el cáliz de una flor, 
en nuestras entrañas mismas, 
en algo como un temblor. 
Le doy cuerda al acostarme 
y con toda precaución, 
entre libros y anteojos 
lo pongo en el velador 
y antes de dormir parece 
que escucho cierto rumor. 
No sé si son los segundos, 
esa arenilla veloz, 
o acaso la vocecilla 
del río que lo pulió. 
Ante mi reloj de piedra 
no tengo más que un temor: 
si se me llega a romper, 
¿a qué relojero voy? 
Sólo pueden componerlo 
ojos y dedos de Dios. 

1940

- . - . -

Baldomero Fernández Moreno: Poesía y prosa. Selección por Nora Dottori y Jorge Lafforgue. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires (Argentina), 1968. Pág. 60. 

domingo, 28 de julio de 2013

Un poema de Gabriela Mistral

Gabriela Mistral

EL AIRE

a José M. Quiroga Pla.

En el llano y la llanada 
de salvia y menta salvaje, 
encuentro como esperándome 
el Aire. 

Gira redondo, en un niño 
desnudo y voltijeante, 
y me toma y arrebata 
por su madre. 

Mis costados coge enteros, 
por cosa de su donaire, 
y mis ropas entregadas 
por casales... 

Silba en áspid de las ramas 
o empina los matorrales; 
o me para los alientos 
como un Ángel. 

Pasa y repasa en helechos 
y pechugas inefables, 
que son gaviotas y aletas 
de Aire. 

Lo tomo en una brazada; 
cazo y pesco, palpitante, 
ciega de plumas y anguilas 
del Aire... 

A lo que hiero no hiero, 
o lo tomo sin lograrlo, 
aventándome y cazándome 
burlas de Aire... 

Cuando camino de vuelta, 
por encinas y pinares, 
todavía me persigue 
el Aire. 

Entro en mi casa de piedra 
con los cabellos jadeantes, 
ebrios, ajenos y duros 
del Aire. 

En la almohada, revueltos, 
no saben apaciguarse, 
y es cosa, para dormirme, 
de atarles... 

Hasta que él allá se cansa 
como un albatros gigante, 
o una vela que rasgaron 
parte a parte. 

Al amanecer, me duermo 
--cuando mis cabellos caen-- 
como la madre del hijo, 
rota del Aire... 

- . - . -

Gabriela Mistral: Antología. Empresa Editora Zig-Zag. Santiago (Chile), 1947. Pp. 109-111.