Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Un poema de José de Espronceda

José de Espronceda

EL CANTO DEL COSACO 


Donde pone mi caballo los pies 
no vuelve a nacer yerba. 
Palabras de Atila 

CORO

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! 
La Europa os brinda espléndido botín; 
sangrienta charca sus campiñas sean, 
de los grajos su ejército festín. 

¡Hurra! ¡A caballo, hjos de la niebla! 
Suelta la rienda, a combatir volad; 
¿veis esas tierras fértiles? Las puebla 
gente opulenta, afeminada ya. 

Casas, palacios, ramas y jardines, 
todo es hermoso y refulgente allí, 
son sus hembras celestes serafines, 
su sol alumbra un cielo de zafir. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! etc.  

Nuestro sean su oro y sus placeres, 
gocemos de ese campo y de ese sol; 
son sus soldados menos que mujeres, 
sus reyes viles, mercaderes son. 

Vedlos huir para esconder su oro, 
vedlos cobardes lágrimas verter... 
¡Hurra! ¡Volad! Sus cuerpos, su tesoro 
huellen nuestros caballos con sus pìes. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! etc. 

Dictará allí nuestro capricho leyes, 
nuestras casas alcázares serán, 
los cetros y coronas de los reyes 
cual juguetes de niños rodarán. 

¡Hurra! ¡Volad! A hartar nuestros deseos, 
las más hermosas nos darán su amor, 
y no hallarán nuestros semblantes feos, 
que siempre ha sido hermoso el vencedor. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! etc. 

Desgarraremos la vencida Europa, 
cual tigres que devoran su ración; 
en sangre empaparemos nuestra ropa, 
cual rojo manto de imperial señor. 

Nuestros nobles caballos relinchando 
regias habitaciones morarán, 
cien esclavos, sus frentes inclinando, 
al mover nuestros ojos, temblarán. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! etc. 

Venid, volad, guerreros del desierto, 
como nubes en negra confusión, 
todos suelto el cabello, el ojo incierto, 
todos atropellándoos en montón. 

Id en la espesa niebla confundidos, 
cual tromba que arrebata el huracán, 
cual témpanos de hielo endurecidos 
por entre rocas empeñados van. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! etc. 

Nuestros padres un tiempo caminaron 
hasta llegar a una imperial ciudad; 
un sol más puro es fama que encontraron, 
y un palacio de oro y de cristal. 

Vadearon el Tíber sus bridones; 
yerta a sus pies la tierra enmudeció; 
su sueño con fantásticas canciones
la fada de los triunfos arrulló. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! etc. 

¡Qué! ¿No sentís la lanza estremecerse 
hambrienta en vuestras manos de matar? 
¿No veis entre la niebla aparecerse 
visiones mil que el parabién os dan? 

Escudos de esas míseras naciones 
era ese muro que abatido fue; 
la gloria de Polonia y sus blasones 
en humo y sangre convertidos ved. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! etc. 

¿Quién en dolor trocó sus alegrías? 
¿Quién sus hijos triunfante encadenó? 
¿Quién puso fin a sus gloriosos días? 
¿Quién en su propia sangre los ahogó? 

¡Hurra, cosacos! ¡Gloria al más valiente! 
Esos hombres de Europa nos verán; 
¡Hurra! Nuestros caballos en su frente 
hondas sus herraduras marcarán. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! etc. 

A cada bote de la lanza ruda, 
a cada escape en la abrasada lid, 
la sangrienta ración de carne cruda 
bajo la silla sentiréis hervir. 

Y allá después en templos suntüosos, 
sirviéndonos de mesa algún altar, 
calmarán nuestra sed vinos sabrosos, 
hartará nuestra hambre blanco pan. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! etc. 

Y nuestras madres nos verán triunfantes, 
y a esa caduca Europa a nuestros pies, 
y acudirán de gozo palpitantes, 
en cada hijo a contemplar un rey. 

Nuestros hijos sabrán nuestras acciones, 
nuestro valor y gloria heredarán, 
y a conquistar también nuevas regiones 
el caballo y la lanza aprestarán. 

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! 
La Europa os brinda espléndido botín; 
sangrienta charca sus campiñas sean, 
de los grajos su ejército festín. 

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JOSÉ DE ESPRONCEDA: Obras poéticas. Edición, introducción y notas de LEONARDO ROMERO TOBAR, catedrático de la Universidad de Zaragoza. Clásicos Universales Planeta, nº 129; Planeta. Barcelona (España), 1992 (1ª ed. en la colección: noviembre de 1986). Pp. 68-70.