Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

jueves, 30 de julio de 2015

Un poema de Joaquín Giannuzzi

Joaquín Giannuzzi

RUBÉN DARÍO 

Usted me preguntaba cómo verificar 
si está vivo o muerto Rubén Darío. 
Meter un dedo en su tumba, 
sentirlo frío, no cuenta si usted palpa 
sus huesos rendidos. 
¿Muy esquemático? 
Pero si no me equivoco 
su pregunta tenía un sentido artístico. 
En cuanto a su poesía, escuche usted 
cómo respira todavía, 
cómo recrea su vasto lenguaje 
y perfecciona y ahonda las notas de su laúd. 
Claro que ya no bebe su vino al anochecer. 
Con excepción de ese hábito 
ninguna verdad rubendariana interrumpió la muerte. 

- . - . - 

JOAQUÍN O. GIANNUZZI. Obra poética. Emecé. Buenos Aires, 2000. Pág. 225.

domingo, 26 de julio de 2015

Un poema de José Lezama Lima

 
José Lezama Lima

DOCE DE LOS ÓRFICOS 

(...) 

Las varas y los duendes hablan, pero la armadura 
sólo añade sombra, y no traspasan con el aliento 
los cristales de cuarzo. Así hablan. 
El sonido de la voz alcanza su arco con el sonido 
que no se intenta asir, con la misma indiferencia del mensajero 
que limpia su hebilla con aceite de nuez. 
Llegaban anticipados y querían oír lo que no se dice, 
su cimbreante arrogancia los llevaba a ponerse ellos 
antes que el sonido. Entraban para asir el sonido 
y la voz se les hacía indetenible como el murmullo, 
Fingían que oían y ya no dejaban entrar, impidiendo 
la errante seguridad de la luna, cuando entre la torre 
del mastín y la torre de la garduña bautiza la llanura. 
Aquí las dos torres hacen perder el camino 
a lomo de burlas y antifaz del cangrejo negro. 
¿La voz puede asirse? ¿Las chispas de la armadura 
pueden asir el sonido? Sensación final 
del rocío: alguien está detrás. 

(...) 

- . - . - 

JOSÉ LEZAMA LIMA. Poesía completa. Editorial Letras cubanas. La Habana (Cuba), 1985. Pág. 347.

martes, 21 de julio de 2015

Un poema de León Felipe

León Felipe


LA POESÍA LLEGA... AHÍ ESTÁ 

La Poesía llega como un gendarme a la casa del crimen. 
Ahí está. Viene porque la he llamado yo. 

Ya viene con su ademán desnudo, 
con su mirada sin cortinas, 
con su mirada sin eclipse... 
con una mirada que no se esconde nunca bajo el toldo de los párpados 
ni a la sombra de las pestañas... 
Viene con su mirada abierta siempre. 

La Poesía llega con su apostura fría, 
cínica, 
inmisericorde... 
como un soldado terrible, 
como un sayón, 
como un sargento encargado del cacheo y del desahucio, 
como un oficial eclesiástico de la Inquisición, 
como el escribano con su mazo de infolios donde se va a escribir el inventario de todo lo que se esconde bajo el sótano, 
como el confesor con su saco blindado donde se van a meter 
los crímenes, 
las herejías, 
los ídolos falsos, 
y las lámparas votivas alimentadas con alquitrán. 

La Poesía llega. 
Viene porque la he llamado yo. 
Viene a confesarme y registrarme. 

Un hombre cualquiera puede ser el poeta: 
el publicano que no sabe rezar... 
también el publicano... 
cualquier publicano... el último publicano. 
Porque también el corazón de los inconsiderados 
entenderá la sabiduría... 
y la lengua de los balbucientes 
hablará clara y expedita. 
Y el poeta es el hombre que llama a la Poesía sin miedo. 
Al gran sayón..., al viejo sayón inmisericorde, 
y le dice cuando llega a su puerta: Entra. 
Quiero saber dónde vivo. 
¡Hay tantas sombras, 
tantas telarañas 
y tantos fantasmas aquí dentro! 
Entra. 
Tú eres la Poesía... la Verdad y la Luz. 
¿No es así? 
La que abre las ventanas 
y rompe los goznes de las puertas... 
¿No es así? 
La que ahuyenta el trote de las ratas 
y apaga el ruido espectral de la polilla en la madera. 
¿No es así? 
La que barre las cortezas caídas y los vidrios quebrados que se amontonan en los rincones tenebrosos... 
¿No es así? 
La que encuentra los grandes versos perdidos y los grandes sueños que en la revuelta de las pesadillas se escondieron entre las circunvoluciones del colchón... 
¿No es así? 
La que encuentra también el cardiograma olvidado entre los folios del viejo libro polvoriento, el cardiograma donde se registran los golpes del fantasma apócrifo y los del ángel del destino... 
¿No es así? 
La que sabe dónde está la soga que una noche amarré de la viga más recia... 
¿No es así? 
La que viene a apretar y a exprimir la vejiga de las lágrimas hasta la última gota de sangre y de leche... 
¿No es así? 
La que viene a tapiar con ladrillos de fuego el cuarto donde la lujuria y el sexo envenenado guardan los negros sueños espantosos... 
¿No es así? 
Tienes una llave, ¿verdad?, 
y una piqueta... y un hacha... 
y una mecha encendida 
y una escoba... 
y unos ojos sin párpados... 
¿No es así? 
Tú eres... ¡tú eres! 
A ti te he llamado. 
No eres la hermosa doncella vestida de blanco 
y con una ramita de laurel 
para el bonete del juglar. 
Eres dura, seca... y fea... fea 
como la verdad para un criminal... para mí. 
Yo soy un criminal... 
un criminal... como cualquier hombre de la tierra, 
un criminal... como cualquier ciudadano del mundo. 
Soy el gran criminal vestido de hollín y de betún 
que loco y fugitivo 
recorre este planeta apagado y tenebroso. 
Lo confesaré todo: 
He asesinado a la Belleza 
y he apuñalado a la Alegría... 
He ahogado a la estrella 
y he arrojado la lámpara al pantano. 
¡Mirad mis manos chorreando sombras! 
¡Mirad estas manos de carbón llenando de humo el aire 
y apagando las últimas pupilas, 
las luciérnagas, 
los faros 
y los astros! 
¡Sálvame!... Quiero la Luz... 
¡Sálvame!... Quiero ver la Luz... ¡Sálvame! 
Te he llamado para que me salves. 
Y te he llamado a ti... 
no a la hermosa doncella vestida de blanco 
y con una ramita de laurel 
para el bonete del juglar. 
Te he llamado a ti... a ti... viejo sayón inmisericorde. 
Y te he llamado para que luego de oírme 
registres esta cueva, 
abras las ventanas, 
derribes las puertas, 
barras las tinieblas, 
quemes mis entrañas 
y dejes entrar de nuevo en esta casa subterránea, 
en este cuerpo funeral... 
la Alegría y la Belleza resurrectas, 
como un río de luz sin presas y sin frenos. 

- . - . - 

LEÓN FELIPE. Antología rota. Losada, 1957. 10ma edición: Buenos Aires, 1984. Pp. 188-191.

jueves, 16 de julio de 2015

Un poema de Jacobo Fijman

Jacobo Fijman


PAN NEGRO 

¡Dedos sarmentosos, 
helados y duros 
del invierno! 

La aldehuela 
es como una rama seca. 
Los mesones, las callejas, 
padecen torpeza. 

¡Mastican tan lentamente 
las campanas! 

Intimidad enfermiza 
de los silencios. 

Cuando llueve, 

la aldehuela es un pan negro 
mojado. 

¡Dedos sarmentosos, 
helados y duros 
del invierno! 

- . - . - 

JACOBO FIJMAN. Poesía completa. Ed. Del Dock, col. Pez Náufrago. Buenos Aires, 2005. Pág. 86. 

miércoles, 15 de julio de 2015

Un poema de Gabriela Mistral

Gabriela Mistral

PIECECITOS...

Piececitos de niño, 
azulosos de frío, 
¡cómo os ven y no os cubren, 
Dios mío! 

Piececitos heridos 
por los guijarros todos, 
ultrajados de nieves 
y lodos. 

El hombre ciego ignora 
que por donde pasáis, 
una flor de luz viva 
dejáis; 

que allí donde ponéis 
la plantita sangrante 
el nardo nace más 
fragante. 

Sed, puesto que marcháis 
por los caminos rectos, 
heroicos como sois, 
perfectos. 

Piececitos de niño, 
dos joyitas sufrientes, 
¡cómo pasan sin veros 
las gentes! 

- . - . - 

GABRIELA MISTRAL. Antología. Empresa Editora Zig-zag. Santiago de Chile, 1940. Pp. 199-200.

sábado, 11 de julio de 2015

Un poema de Juan José Hernández

Juan José Hernández


POEMA 

No quiero que me digan 
la palabra naranja. 
Me llega el sol, 
mi casa 
y la perdida infancia. 

Hubo un jardín 
y el ocio de unas tardes 
sosegadas. 
Hubo una luz de gracia, 
profundidad del alma. 

Hubo un pájaro fino 
que cantaba en la huerta 
del vecino. 
Hubo dalias pesadas 
a cuya sombra el gato 
bostezaba. 
¡Y en verano la fiesta 
de comerse la breva 
señalada! 

No quiero que me digan 
la palabra naranja. 
Ni naranja, ni siesta. 
Duele aquello que amaba. 

- . - . - 

JUAN JOSÉ HERNÁNDEZ. Desiderátum. Obra poética. Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires, 2001. Pág. 139.

viernes, 10 de julio de 2015

Un poema de Liliana Lukin

Liliana Lukin



Por el tiempo que hace que estoy 
escribiendo mal sentada, 
dando pasto a las fieras, 
haciendo trabajar 
sin compasión 
la lengua, los ojos, 
las articulaciones elementales, 
he provocado en mí 
una minuciosa compresión de vértebras 
que no comprenden mi necesidad. 

- . - . - 

LILIANA LUKIN. Obra reunida. 1978-2008. Ed. Del Dock. Col. Pez náufrago, 29. Buenos Aires, 2009. Pág. 353.