(...)
Las varas y los duendes hablan, pero la armadura
sólo añade sombra, y no traspasan con el aliento
los cristales de cuarzo. Así hablan.
El sonido de la voz alcanza su arco con el sonido
que no se intenta asir, con la misma indiferencia del mensajero
que limpia su hebilla con aceite de nuez.
Llegaban anticipados y querían oír lo que no se dice,
su cimbreante arrogancia los llevaba a ponerse ellos
antes que el sonido. Entraban para asir el sonido
y la voz se les hacía indetenible como el murmullo,
Fingían que oían y ya no dejaban entrar, impidiendo
la errante seguridad de la luna, cuando entre la torre
del mastín y la torre de la garduña bautiza la llanura.
Aquí las dos torres hacen perder el camino
a lomo de burlas y antifaz del cangrejo negro.
¿La voz puede asirse? ¿Las chispas de la armadura
pueden asir el sonido? Sensación final
del rocío: alguien está detrás.
(...)
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