Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

martes, 21 de julio de 2015

Un poema de León Felipe

León Felipe


LA POESÍA LLEGA... AHÍ ESTÁ 

La Poesía llega como un gendarme a la casa del crimen. 
Ahí está. Viene porque la he llamado yo. 

Ya viene con su ademán desnudo, 
con su mirada sin cortinas, 
con su mirada sin eclipse... 
con una mirada que no se esconde nunca bajo el toldo de los párpados 
ni a la sombra de las pestañas... 
Viene con su mirada abierta siempre. 

La Poesía llega con su apostura fría, 
cínica, 
inmisericorde... 
como un soldado terrible, 
como un sayón, 
como un sargento encargado del cacheo y del desahucio, 
como un oficial eclesiástico de la Inquisición, 
como el escribano con su mazo de infolios donde se va a escribir el inventario de todo lo que se esconde bajo el sótano, 
como el confesor con su saco blindado donde se van a meter 
los crímenes, 
las herejías, 
los ídolos falsos, 
y las lámparas votivas alimentadas con alquitrán. 

La Poesía llega. 
Viene porque la he llamado yo. 
Viene a confesarme y registrarme. 

Un hombre cualquiera puede ser el poeta: 
el publicano que no sabe rezar... 
también el publicano... 
cualquier publicano... el último publicano. 
Porque también el corazón de los inconsiderados 
entenderá la sabiduría... 
y la lengua de los balbucientes 
hablará clara y expedita. 
Y el poeta es el hombre que llama a la Poesía sin miedo. 
Al gran sayón..., al viejo sayón inmisericorde, 
y le dice cuando llega a su puerta: Entra. 
Quiero saber dónde vivo. 
¡Hay tantas sombras, 
tantas telarañas 
y tantos fantasmas aquí dentro! 
Entra. 
Tú eres la Poesía... la Verdad y la Luz. 
¿No es así? 
La que abre las ventanas 
y rompe los goznes de las puertas... 
¿No es así? 
La que ahuyenta el trote de las ratas 
y apaga el ruido espectral de la polilla en la madera. 
¿No es así? 
La que barre las cortezas caídas y los vidrios quebrados que se amontonan en los rincones tenebrosos... 
¿No es así? 
La que encuentra los grandes versos perdidos y los grandes sueños que en la revuelta de las pesadillas se escondieron entre las circunvoluciones del colchón... 
¿No es así? 
La que encuentra también el cardiograma olvidado entre los folios del viejo libro polvoriento, el cardiograma donde se registran los golpes del fantasma apócrifo y los del ángel del destino... 
¿No es así? 
La que sabe dónde está la soga que una noche amarré de la viga más recia... 
¿No es así? 
La que viene a apretar y a exprimir la vejiga de las lágrimas hasta la última gota de sangre y de leche... 
¿No es así? 
La que viene a tapiar con ladrillos de fuego el cuarto donde la lujuria y el sexo envenenado guardan los negros sueños espantosos... 
¿No es así? 
Tienes una llave, ¿verdad?, 
y una piqueta... y un hacha... 
y una mecha encendida 
y una escoba... 
y unos ojos sin párpados... 
¿No es así? 
Tú eres... ¡tú eres! 
A ti te he llamado. 
No eres la hermosa doncella vestida de blanco 
y con una ramita de laurel 
para el bonete del juglar. 
Eres dura, seca... y fea... fea 
como la verdad para un criminal... para mí. 
Yo soy un criminal... 
un criminal... como cualquier hombre de la tierra, 
un criminal... como cualquier ciudadano del mundo. 
Soy el gran criminal vestido de hollín y de betún 
que loco y fugitivo 
recorre este planeta apagado y tenebroso. 
Lo confesaré todo: 
He asesinado a la Belleza 
y he apuñalado a la Alegría... 
He ahogado a la estrella 
y he arrojado la lámpara al pantano. 
¡Mirad mis manos chorreando sombras! 
¡Mirad estas manos de carbón llenando de humo el aire 
y apagando las últimas pupilas, 
las luciérnagas, 
los faros 
y los astros! 
¡Sálvame!... Quiero la Luz... 
¡Sálvame!... Quiero ver la Luz... ¡Sálvame! 
Te he llamado para que me salves. 
Y te he llamado a ti... 
no a la hermosa doncella vestida de blanco 
y con una ramita de laurel 
para el bonete del juglar. 
Te he llamado a ti... a ti... viejo sayón inmisericorde. 
Y te he llamado para que luego de oírme 
registres esta cueva, 
abras las ventanas, 
derribes las puertas, 
barras las tinieblas, 
quemes mis entrañas 
y dejes entrar de nuevo en esta casa subterránea, 
en este cuerpo funeral... 
la Alegría y la Belleza resurrectas, 
como un río de luz sin presas y sin frenos. 

- . - . - 

LEÓN FELIPE. Antología rota. Losada, 1957. 10ma edición: Buenos Aires, 1984. Pp. 188-191.

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