Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

martes, 9 de abril de 2013

Tres poemas de Fina García Marruz

 

SI 

¿Cómo desconfiar
aún, si bajo
la losa gris, la
cimentada piedra,
sacó la lengua
invencible
esa yerbita verde?


NO AVANZA LA OLA SIEMPRE: RETROCEDE

No avanza la ola siempre: retrocede
para embestir de nuevo con más fuerza.
Siempre no sube el fuego. Oscilando
con su temblor alumbra, fiel, la vela.

Parpadear que es de fuego y de vigilia
del alama viva. Todo lo viviente
ha de avanzar así con inseguro
paso que rompa la niebla espesa.

Gana perdiendo así, cree dudando,
su fuerza aumenta en la retrocedida
fatal que lo derriba por el suelo.


Porque nada se pierda: tu has querido
que el descender acrezca la subida,
perdamos como olas, como fuegos. 


EL HUESPED


Qué raro es el amor, qué raro
aun entre amantes
que se aman, aun en el seno
de la casa materna,
la entrañable,
qué instante
tan raro aquel en que él irrumpe
de otro modo,
súbito como un golpe,
el amor dentro del amor,
qué raro ese minuto
de compasión total, pura,
sin causa,
sin posible respuesta
ni duración
posible, qué raro
que a nadie hayamos
amado, acaso, más,
que a ese niño ajeno, en México,
que a ese que pasó hablando
consigo mismo,
que a aquella odiada mujer,
porque, de pronto,
su bata de casa nos miró desolada,
un fragmento de su espalda
nos hizo llorar
como la más arrebatadora música,
qué extraña
crecida sin palabras.
Hemos corrompido
de mentira y de uso
la palabra
amor,
y ya no sabemos
cómo entendernos: habría
que decirlo de otro modo,
o callarlo, mejor,
no sea cosa
que se vaya, el insólito
Huésped.

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