Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

lunes, 22 de abril de 2013

Un poema de Santiago Sylvester


(hacía mucho que no veía volar tantos patos)


Hacía mucho que no veía volar tantos patos, circular tantas estrellas: estrellarse tanto viento  en esa cala que colinda conmigo. Tal vez 
hacía mucho que no salía al mundo: salir 
por salir 
como el que llega al mundo y habla del parto. 

Y si se habla del parto, 
yo soy parte de mí: parte 
por implicado en el negocio de estar aquí: sólo una parte pero, 
dicho sin jactancia, imprescindible y 
calcáreo por dentro: resistente a la adversidad. 
/ Éste 
que se pone los zapatos, se acomoda el cinto 
y luego de respirar 
mira de nuevo volar patos, estrellarse el aire de la quemazón, crecer la cala en su cáliz sagrado, que es donde en estos días estoy formando parte de mí. 

- . - . -

Santiago Sylvester: El reloj biológico. Ediciones Del Dock, colección Pez Náufrago. Buenos Aires (Argentina), 2007. Pág. 44.

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