Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Un poema de Cintio Vitier


LA VOZ ARRASADORA 

Ésta es la voz de un contemplativo, no de un hombre de acción. 
Ambas razas, las únicas que realmente existen, se miran con recelo. 
Es verdad que ha habido gloriosas excepciones, aunque bien mirados los rostros, bien oídas las voces, 
la sagrada diferencia se mantiene, y aún se torna trágica. 
Pero el contemplativo entiende y muchas veces ama el rayo de la acción. Casi nunca lo contrario ocurre. 
Ésta es la voz absorta de un oscuro, de un oculto, que ha tenido peregrinas ambiciones. 
Enumerarlas sería realizar un inventario del delirio. 
Baste decir que ha querido romper los límites del fuego en las palabras 
y ha vuelto al círculo del hogar con un puñado de cenizas. 
No, sin duda no lo comprenderéis, salvo los que sois del indecible oficio. 
Se entiende a un pescador, a un viajante, a un maestro, a un asesino. 
Estos hombres se alimentan de lo que hacen; hasta sus sueños y sus fantasmagorías son quehaceres, hechos. 
¿Cómo entender a uno que no ha poseído nunca nada; que no ha tocado una cosa desnuda de alusión; 
que sólo vive y muere en el mundo de lo otro, en el inalcanzable reino de las transposiciones: 
a uno que, de pronto, necesita escribir, como se necesita la comida o la mujer? 
Su suerte es dura, extraña, también irrenunciable. Y sin embargo, o por lo mismo, ya no me preguntéis, 
cada vez que oye la voz arrasadora de la vida, arroja su fantástico tesoro 
y sale cantando y llorando y resplandeciendo, y va silencioso a ocupar el puesto que le asignan. 

Marzo de 1960

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CINTIO VITIER. En Los poetas de Orígenes, selección, prólogo, bibliografía y notas de José Luis Arcos. FCE. México, D. F., 2002. Pág. 336. 

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