Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

jueves, 28 de enero de 2016

Un poema de Gustavo Adolfo Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer


Una mujer me ha envenenado el alma, 
otra mujer me ha envenenado el cuerpo; 
ninguna de las dos vino a buscarme, 
yo de ninguna de las dos me quejo. 

Como el mundo es redondo, el mundo rueda. 
Si mañana, rodando, este veneno 
envenena a su vez, ¿por qué acusarme? 
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron? 

- . - . - 

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER. Tomado de Obras completas. Estudio preliminar: Carlos J. Barbáchano. RBA Coleccionables. Barcelona 2005. Pp. 233-234.

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