Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

domingo, 18 de octubre de 2015

Un poema de Leopoldo Lugones

Leopoldo Lugones


EL LORO 

Socarrón, perspicaz, sonoro, 
A la casa aturde y alegra 
Con su ladina lengua negra, 
Desde su aro o su percha el loro. 

Sabe cantar un tango entero, 
Los nombres nunca desacierta, 
Y según llamen a la puerta, 
Grita: ¡la leche! o ¡el cartero! 

Ya repite la carcajada 
Y el rezongo de la vecina, 
Ya, remedando a la gallina, 
Miente otro huevo a la nidada 

O apreciando al pelafustán 
Con su sagaz ojo de vieja, 
Le suelta, mientras lo festeja, 
Una medalla y un refrán. 

Y es de admirar con qué decoro 
No desprovisto de ironía, 
Dice a la fámula tardía: 
No se olviden del pan del loro

Mas, aunque el pan sea muy rico, 
Apenas hay mejor regalo 
Que el de darle a montar un palo 
Donde pueda gastarse el pico. 

También sirve un aro de pipa; 
Pues, si no se hace de este modo, 
Él mismo se despluma todo 
Y al primer frío se constipa. 

En el nativo quebrachal, 
Labra su nido, sin empacho, 
Agujereándose un quebracho 
Sobre la línea transversal. 

De eso le queda la costumbre; 
Y así, con cháchara traviesa, 
Cala una pata de la mesa 
O una viga de la techumbre. 

Suspenso allá cabeza abajo, 
Mientras le ofrecen una caña, 
Con irritante sorna engaña 
Su balanceo de badajo. 

Pero, como es una persona 
En el fondo amable y sensata, 
Sabe también "poner la pata" 
En el dedo de la patrona. 

Y habla con tal circunspección 
Y propiedad tan perentoria, 
Que, oigan ustedes esta historia 
Que es cosa cierta, no invención: 

Un chiquillo que no sabía 
Que existiese un pájaro que habla, 
Con su lindo fusil de tabla 
Junto a un loro se divertía. 

Alborotado el pelo de oro, 
Paróse ante él, impertinente, 
Cuando de pronto, gravemente, 
--¿Cómo te va? --le dijo el loro. 

Ante aquel aire de doctor, 
Que le infundió profundo engorro, 
Quitándose el chiquillo el gorro, 
Respondió: --Bien. ¿Y a usted, señor? 

Porque no en vano él atesora, 
Cuando libre remonta el vuelo, 
En la frente un poco de cielo 
Y en el ala un poco de aurora. 

Como una joya que bien labra, 
Oro y rubí su pluma integra; 
Y su ladina lengua negra 
Saca el oro de la palabra. 

Oro de loro que es tesoro 
De alegría y de ingenio claro. 
Fútil metal que acuña en su aro 
Con derroche estridente el loro. 

- . - . - 

LEOPOLDO LUGONES. Antología poética. Selección y prólogo de Carlos Obligado. Espasa Calpe, Col. Austral. Buenos Aires, 1968 (10a. edición). Pp. 133-135.

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