Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Un poema de Leopoldo Marechal

Leopoldo Marechal


EPITAFIOS AUSTRALES 

VI 

A Rolón, el pulpero 

Alma buena del sur, no te demores 
junto a la sepultura de Isaías Rolón: 
el muy avaro, desde el otro mundo, 
es capaz de venderte 
como ayer su ginebra 
de mala catadura. 

Bien metido en su cárcel de botellas tramposas, 
compró y vendió este mundo para el diablo. 
Desde su mostrador, con la pluma en la oreja, 
vio desfilar amores, 
caballos y alegrías. 
Amontonó los frutos 
y no mordió ninguno, 
porque se alimentaba 
de aritmética pura. 

Calculador y zafio, 
murió tres noches antes por ahorrar medicina. 
Por no gastar su vieja ropa de casamiento, 
mandó que lo enterraran en puro calzoncillo. 
En tren de economías, durante su velorio, 
se apagaron las velas por sí solas, 
y a media voz tañeron las campanas 
por economizar la saliva y el bronce. 

Dicen las malas lenguas 
que yace de costado 
por usar menos tierra. 

- . - . - 

LEOPOLDO MARECHAL. En Obra poética. Leviatán. Buenos Aires, 2014. Pág. 535. 

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