Walt Whitman |
Voz, medida, concentración, determinación y el poder divino de pronunciar las palabras.
¿Has fortalecido tus pulmones y has dado agilidad a tus labios con larga práctica, con ejercicios vigorosos y con la robustez de tu constitución?
¿Te mueves con amplitud en estos amplios ámbitos?
¿Has adquirido el divino poder de pronunciar las palabras?
Pues que sólo al fin, después de muchos años, después de la castidad, amistad, procreación, prudencia y desnudez,
después de haber recorrido la tierra y atravesado los ríos y los lagos,
después de haberse desembarazado la garganta, después de haber absorbido las épocas, temperamentos, razas, después de la libertad, de los crímenes,
después de la fe completa, después de haber aclarado, elevado y quitado obstáculos,
después de haber hecho éstas y otras cosas, es apenas posible que les sea dado a un hombre o mujer poder de pronunciar las palabras;
entonces se precipitarán todos hacia aquel hombre o mujer --nadie se niega, todos acuden,
ejércitos, navíos, monumentos antiguos, bibliotecas, cuadros, máquinas, ciudades, odio, desesperación, concordia, dolor, robo, asesinato, aspiración, forman en filas compactas,
y fluyen obedientes, según se los necesita, por boca de aquel hombre o aquella mujer.
¡Oh! ¿Qué hay en mí que me pongo a temblar al oír las voces?
seguramente he de seguir al hombre o mujer que me hablen con voz justa,
como el agua sigue a la luna, en silencio, con pasos leves, por todas partes alrededor del globo.
Todas las cosas esperan a las voces justas.
¿Dónde está el órgano diestro y perfecto? ¿Dónde está el alma desarrollada?
Pues veo que todas las palabras que de ellos brotan, tienen acentos nuevos, más profundos, más dulces, imposibles sin ellos.
Veo cerebros y labios cerrados, tímpanos y sienes ilesos,
mientras no venga aquello que tiene la virtud de herir y de abrir,
mientras no venga aquello que tiene la virtud de revelar lo que duerme, siempre listo, en las palabras.
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