Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

domingo, 31 de marzo de 2013

Cinco poemas de Glauce Baldovin



II


El silencio cura mis heridas por ensalmo
y de un devastado corazón
de una carne abierta en llagas
hoy se desprende la fragancia de antiguas
                                                             primaveras

y se abre la rosa
no la elegida por el ruiseñor
no la cantada por el poeta.
La rosa que ese paciente jardinero
oh gatos
ha hecho florecer bajo la escarcha.





VI



Sus movimientos me incitan
me vuelven a la vida.
Tiemblo.
Palpito.
Y me urge ser mujer
amar sobre la hierba   los paredones     el asfalto
los puentes que unen a la muerte con la vida.





XII



¿Qué son las heridas
gatos
sino este rasgarse el corazón por dentro
este sangrar aromas y recuerdos
esta necesidad de olvidar
y tener la memoria como espejo?





XIII



Quiero apostar al tres
rojo
enero
y los naipes saltan pares:
dos     cuatro      seis
marrones como las lombrices
como un garabato estructurado
anteojos
compas
sillas.

Apuesto al siete
amarillo
y tengo los girasoles de Van Gogh en las rodillas.





XV



Amaneceres grises.
Nuevamente la tragedia.

Esquilo      Sófocles           Eurípides en mis venas.


Alguien
los asesinos
golpean a  mi puerta.
Abran    gatos
dejen que ellos se encuentren con mis ojos
y por el espanto de tanto dolor
mueran.
Jamás serán llorados
guitados
aullados
como los que tantas madres tuvimos que aullar.





Baldovin, Glauce: Con los gatos el silencio, Ediciones Argos, 1994.

Un poema de Antonio Esteban Agüero

http://www.caminosanluis.com.ar/san-luis-y-sus-rios-cristalinos/sierras-puntanas/

 

BALADILLA DE LOS PIES DESCALZOS 


Pezuñas de vacas
y vasitos de asnos
y la seña breve
de los pies descalzos.
Pezuñas de vacas
y vasitos de asnos...
Por la calle verde
y el sendero blando,
por la aldea quieta
y el herido campo,
voy hallando señas
de los pies descalzos.

Morenos, menudos,
de mugre calzados,
que el arroyo quiere
y persigue el barro...
Morenos, ligeros,
listos como pájaros:
desdeñan la ojota,
odian el zapato,
¡libres por la senda
van los pies descalzos!

Su dueña: una niña,
su dueño: un muchacho;
han ido siguiendo
misterio del campo,
un secreto ruido,
un bramido raro,
en la noche: tucos,
en la loma: pájaros,
y siempre perdiendo
o regalando rastros,
por noches y días
van los pies descalzos.

Saben sus talones
ijares del asno,
de la mula arisca
y el petizo manso...
Saben de la tierra,
de trizar un charco;
de ir pisando lunas
y nubes y astros
en la noche baja
del arroyo claro...
¡Saben lo que nadie
estos pies descalzos!

Tienen gustos griegos,
son sucios y sanos...
¡Oh Dios cómo esquiva
pinchos y guijarros
la nativa gracia
de los pies descalzos!

- . - . -

Antonio Esteban Agüero: Romancero aldeano, 1938. En Antonio Esteban Agüero: Obras completas, Tomo I, pp. 130-131. Editorial Universitaria San Luis. San Luis (Argentina), 1993. 

Un poema de Santiago Sylvester


 


Mujer en la Esquina
De lo que se trata es del intercambio: ella tiene hambre,
yo no tengo conocimiento; y si cada uno espera que
caiga su ración del cielo, ya podemos despedirnos
sin aliviar la carga.
Siempre ha habido estos pactos: ella, con un naipe
distinto en cada caso, yo eligiendo la carta para ver
si acierto;
ella, yegua de Parménides llevándome camino arriba, yo
olfateando el rastro con precipitación;
y así, necesitados ambos de lo que el otro tiene y no
guarda para sí, buscamos lo excitable de la especie
para alcanzar el peso, la saliva del otro, la célebre
unión de las mitades.

Ella siempre con historias exitosas (todas tristes), y yo
atestiguando lo que he dicho:
      que si espera en la calle
      se debe al intercambio,
      si entra en el bar y llama por teléfono,
      si disloca hasta morir la mandíbula del alma
      y se ríe cuando corresponde llorar
      se debe al intercambio: esas partes separadas en busca de lo mismo.


Y es todo lo que sé.
Pero ella sabe más:
sin salir de la esquina
conoce el mar por el tripulante a deshora,
el mercado por el olor de una manos,
la vaca por el carnicero;
y si no quiere ni oír
hablar del corazón, acostumbrada
como está a la charla,
es porque sabe que ahí cruje la madera.

El corazón es puro esteticismo.