Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

sábado, 13 de abril de 2013

Un poema de Antonio Esteban Agüero


DIGO LA MINGA


El trabajo en la Minga se vuelve como fiesta, 
como reunión de gentes unidas por la danza; 
no la paga moneda de níquel ni banquero, 
sino perfume y gloria de dulce Democracia. 

Allí todos son hombres como en los viejos días 
de la tribu primera cuando todo era santo: 
la luz, el aire, el fuego, las cercanas estrellas, 
el rumor de los ríos, el verdor de los pastos. 

Hombres no más vistiendo los puros atributos: 
el corazón, las manos, la mente pensadora, 
y el sexo con las claras abejas susurrantes 
donde la sangre inicia su color de amapolas. 

Hombres no más, el Hombre que se siente el hermano 
del Hombre, de las cosas de la tierra y el cielo, 
de pie como los árboles que dan nidos y sombra, 
con la morena frente desnuda de alfabetos. 

Reunidos en la Minga cosechan los trigales 
siegan con hoz la avena, la cebada, la alfalfa, 
y entre los secos tallos, crujientes y amarillos, 
del maizal enumeran las mazorcas granadas. 

Si la pareja joven que nada nombra suyo, 
salvo el amor en doble susurro compartido, 
quiere enlazar sus cuerpos la Minga le construye 
el rancho donde pueda madurar su destino. 

Desde el adobe oscuro que es greda luminosa 
hasta la puerta firme de fragante algarrobo, 
desde el fogón al techo de pajas todavía 
calientes por los nidos de perdiz o chingolo. 

Si yo tengo en el Hombre la fe que tienen otros 
en ídolos de barro, de marfil o de piedra, 
será porque lo he visto conviviendo en la Minga, 
nimbado por extraña, misteriosa belleza. 

Yo era niño, recuerdo, con los jóvenes ojos 
hambrientos de colores; yo era niño, recuerdo, 
cuando asistí en los valles donde es dulce la roca 
a la Minga y su fiesta de trabajo y esfuerzo. 

Uno a uno con el alba llegaban los vecinos 
en caballos los hombres, las mujeres en asnos 
con los niños en ancas; por las lomas se oían 
las voces y la brisa que precede a los pájaros. 

Lento desfile de hombre subiendo con el día 
al sitio donde estaba la urgencia de su ayuda; 
consigo transportaban su pan o su merienda 
o el vino que transmite la emoción de las uvas. 

Nadie era el amo allí; todos eran obreros 
con la luz en el pecho del hombre solidario; 
nadie mordía el agrio rencor ni la amargura 
del que siente en el cuello dogal de proletario. 

De vez en vez el mate su círculo cerraba 
y la caña brindaba su beso estimulante, 
mientras la Obra iba creciendo entre las manos 
como crecen las frutas de cáscara brillante. 

Cuando la luz hería las venas del Poniente 
y en el oscuro pasto los grillos despertaban, 
bajo la noche nueva del tala o la morera 
guitarras esparcieron el polen de la Zamba... 

- . - . -

Antonio Esteban Agüero: Un hombre dice su pequeño país. En Antonio Esteban Agüero: Obras completas, Tomo II. Editorial Universitaria San Luis. San Luis (Argentina), 1996.

1 comentario:

  1. Agüero: el poeta que elegí para hacer mi tesis de licenciatura en letras modernas, tesis que culminara en el año 2002. El poeta del verso vibrante.

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