Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

viernes, 5 de abril de 2013

Dos poemas de Emma Barrandéguy

 

Un Hombre

Las costas verdes, los sarandisales
el mostrador donde acodabas tus hazañas
aquellas suelas y el martillo curvo,
las pieles de las nutrias,
la manta testimonio de esa fiebre
que trajiste del norte,
el machete triunfal sobre las pajas,
las redes viejas junto a tus polémicas,
la canoa prestada y los anzuelos,
la cuadra de batatas que dejaste sembradas:
hoy no se hacen presencia en tus pupilas,
entran al territorio del recuerdo.
Porque la vida de un hombre,
de un loco,
de un rebelde,
de un disconforme eterno,
de un hombre que no supo hacer dinero
pero sí caminar, conversar, beber,
estar en desacuerdo
y desatárselo en palabras a la gente...
Por que la vida de un hombre como tú, digo,
no es más que esto:
una enumeración de circunstancias,
el recuerdo de un proceso,
una barba crecida,
un hijo muerto,
unos ojos brillantes,
gajos del Gualeguay entre los remos.
En el agua tenías que morir,
no hay que asombrarse.
Tendiendo redes en la noche, 
para pescar por fin tu corazón inquieto. 


El apaciguamiento de las cosas

Todo está en calma.
Doy una última mirada al cuarto:
si muriera esta noche
mínimas serían las dificultades que siguieran.
No hay nadie ya despierto
y he concluido la última anotación
de lo que haré mañana.
Todo está encarpetado,
no hay ningún ángulo que sobresalga.
Casi no hay objetos redondos.
Los piolines en su sitio
y los suicidas sonriendo tras los vidrios.
Este poema es lo único que da
la clave de la madeja:
"Los monstruos, bien peinados, por dentro".

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