Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

miércoles, 24 de abril de 2013

Un poema de Rosabetty Muñoz


 

 

(al olor de la desgracia)




La aridez de las huertas 
terminó por cansar a todas. 
Nada, ni las zanahorias 
crecían en ese pedregal. 

 Partirse el lomo
 por un puñado de cilantro. 

¿Y las flores? Dirán.
¿Y esas dalias enormes, como árboles? 
No me recuerden a esas carnívoras. 
Parecía que lustraban sus pétalos 
al olor de la desgracias. 
Crecían, 
           se abrían 
movían sus estambres 
a medida que íbamos cayendo.

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